PÓNTELO, PÓNSELO

Publicado: 14 abril, 2020 en Sin categoría

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Aunque es transparente, el tejido sintético sobre cada una de mis manos me priva de una visión del mundo; el panorama íntimo de detalles que sólo las yemas de mis dedos saben darme. No queda más remedio, pues uno de esos detalles es el insistente coronavirus, bichito con piel de cordero que mata como los lobos, a traición y agarrado al cuello.

Las terminaciones sensibles, tan sensibles, de mis dedos envían señales fatigadas, como esa falsa sensación de masticar que dan las dentaduras postizas. Más aún, teniendo en cuenta que las manos son intermediarias de placeres diversos, mis dedos no culminan, privados de ese impulso motivador que es la excitación desnuda. Y mi mente, y las autoridades, les dicen… «es mejor así».

El COVID-19 no es ese tipo de enfermedades ligadas a la alegría en las que la gente cae porque no tiene más remedio, polvos que valieron la pena. No, el coronavirus te entra en el cuerpo pilotando una gota de saliva, pegado en un moco, escondido en cualquier rastro asqueroso que ninguna filia sabría rentabilizar. Es cutre y gris, tiene el glamour de un catarro vulgar, pero es capaz de privarnos de algo cristalino y mullido a la vez, el contacto humano.

Los humanos se tocan y sus almas acuerdan pactos o se alían para la guerra. El abrazo enciende la luz de los ojos y redacta proyectos en el presente y en el futuro de los que se abrazan. También rescata el pasado, y lo convierte en beso. Es demasiado bueno, y algo que una plaga infernal que se precie no debe tolerar. Es el precio, a cambio del amor… «póntelo, pónselo». Y que no se rompa.

 

DESNUDOS

Publicado: 11 abril, 2020 en Sin categoría

Pencil drawing of naked man by Leonardo Da Vinci

El confinamiento nos desnuda con la parsimonia de un o una amante. El primer día, la primera prenda. Se miden la curiosidad, el atrevimiento, la valentía, el descubrimiento, la  novedad. La primera semana llega con facilidad.

El primer festivo encerrados es un toque de atención. La ruptura de la rutina entretiene en los laborables, pero recluirnos en festivos, días de la libertad por derecho, es una intromisión sin ninguna gracia; una pequeña cuesta arriba, casi imperceptible, empieza a fatigarnos.

Caen los días sin discusión, impuestos por ley. Prenda a prenda, avanza el cansancio. Porciones de lo que somos quedan expuestas, anónimas, sin identidad que las reclame. No existen las opciones y la voluntad no puede expresarse. Lo que hacemos deja de definirnos y empezamos a ser lo que se ve de nosotros; «lo que hay», como suele decirse.

El campo de acción se limita al hogar, y no vulnerar el espacio personal de aquellos con los que convivimos reduce la capacidad de iniciativa a la cortesía, lo que en estas circunstancias es como no hacer nada; maniquíes.

La desnudez siempre es una promesa cuando alguien te desnuda, y cuando ofreces una identidad que siembre el deseo. No es el caso de los maniquíes (habitualmente). Ahora somos cosas que no pueden enfermar y el agente que nos deja con la vergüenza al aire no atiende a nombres ni a razones.

Poco a poco la ciudadanía deviene en masa de cuerpos sin nombre, primero los más pobres o menos inquietos, luego los demás. El grado de protección económica marca el grosor de las vestiduras, pero con tiempo, todas acaban por caer.

Desnudos, simplemente esperamos a morir. En el fondo, es lo que los seres vivos hacen en la vida. Pasan muchos más días y cuando todo lo que nos alienta desaparece, una única sílaba eleva su volumen, el sonido de la carne monótona al convertirse en alimento de lo que la depreda.

Pero, ¿qué ocurre? Algo se mueve entre la masa de cabezas y extremidades. Sí, la identidad tiene un refugio. Sigue viva. Resistiremos.

 

VENTANAS SIN AIRE #coronavirus

Publicado: 5 abril, 2020 en Sin categoría

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Recuerdo en los noventa, esas películas de Almodóvar que desvelaban otro mundo. Un mundo que parecía nuevo, pero no lo era; simplemente estaba oculto a las capas de población menos ricas y menos sofisticadas, quizás el ochenta por ciento de los españoles. Yo fui un adolescente y un joven de esos años. Me hechizaba esa realidad paralela, pero entre mis recuerdos no hay nada de ese glamour. Recuerdo el paro pertinaz si no tenías enchufe familiar, y un techo de cristal infranqueable para todos los que no tuvieran la credencial de un pedigrí convincente.

En mi memoria quedaron grabados esos áticos tan bonitos y tan lejanos, donde Carmen Maura materializaba el supuesto canon de la España moderna. Parecía que todos estuviéramos destinados por derecho de normalidad a que esa fuera una vida posible. Pero no. Nunca fue así. Al menos para la inmensa mayoría de la gente normal, españoles sin pedigrí o saliva de especial calidad. Todos sabemos cómo funcionan las cosas. Ayer, hoy y mañana.

Ahora, en plena crisis del Covid-19, vuelve el hambre de símbolos, vuelve la necesidad de reivindicar lo que nos hace plenos, como en aquella época post franquista, cuando librarse de la naftalina era una fantasía para la gente corriente. Entre esos símbolos, como elemento ordinario, emerge la ventana, la ventana abierta al mundo exterior, ahora vedado por el confinamiento obligatorio. Las mencionamos, relatamos su protagonismo, pormenorizamos una libertad a cámara lenta en la ansiada luz del sol que entra por ellas.

Pero tal y como pasaba con los áticos que el progresismo acomodado daba por ordinarios, para grandes capas de población esas ventanas son solo un sueño imposible. Víctimas de la crisis de 2008, fueron los que se quedaron descolgados de la consistencia laboral, de los sueños de futuro, y sobre todo, de la vivienda digna. Y con digna quiero decir que al menos tenga un ventana por la que llegue el azul del cielo, y no la condena de habitar un mínimo agujero interior, con vistas a unas tripas de cemento. Es la misma gente para la que el confinamiento es algo más parecido a un enterramiento en vida que otra cosa. También les entierra la indiferencia.

Hacinados, se les recrudecen los maltratos, la violencia de género, y todas las miserias que medran en los derrumbes económicos, como el que viene. Pelean por el aliento sin que les llegue el aire, como los afectados graves por el coronavirus. Pero para ellos, el respirador que aliviaría esa angustia, es imposible.

TOCARNOS SIN TOCARNOS

Publicado: 21 marzo, 2020 en Sin categoría

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Madrid, y España entera, esperan. Esperan a que las últimas decisiones alivien los primeros errores. Esperan a entender qué pasa realmente. Esperan a volver a abrazar a los suyos, de quienes les separa el capítulo de una novela distópica de la que no conocen su final, ni si es una sola novela o una trilogía interminable. Esperan a no morir sin saber por qué. Esperan que les hagan un test que les descarte de la única cola que ahora corre con velocidad. También hemos descubierto las colas, esos ecosistemas de acera y necesidad que marcaron a fuego las vidas domésticas de un par de generaciones. Lo cuenta muy bien Almudena Grande en sus libros.

En la espera, condimentada por un miedo extraño al que no ha conocido la guerra, un mundo alternativo ha encontrado su oportunidad. Un mundo virtual, el único en el que podemos amarnos y odiarnos sin contacto físico; la norma para preservar la vida y seguir adelante. Ya llevábamos un tiempo practicando, particularmente la parte de odiarnos; en las redes sociales es tan fácil… Y amarnos también, por supuesto, aunque más de boquilla. Tocarnos sin tocarnos.

Odiar es sencillo. Solo hay que abrir el tapón y dejar salir la bilis. A los políticos, no todos, se les da muy bien. Lo hacen en el Congreso, en la tele, en la BBC, donde les pille. Hacer el bien es más complicado. El compromiso requiere acción, interacción.

Mientras madura el nuevo mundo virtual, los rostros se han vuelto más verdaderos. Los rostros de la gente normal, digo. Los otros se han acorazado más. Pero la gente normal hace su cola. Deja pasar el tiempo, y con él esos pequeños apremios mezquinos. Y en la cola, mientras esperamos, los pequeños gestos hablan. Nos descubrimos en la joyería sin precio de la ayuda desinteresada o en la pendiente del vertedero, donde se pisa al vecino porque al último se lo traga el monstruo.

Esta espera, muy antigua pero muy nueva para nosotros, ha sometido al mundo físico. Lo ha paralizado y deja espacio al nuevo mundo, un lugar muy vulnerable en el que los demiurgos se llaman Movistar, Orange o Vodafone. Un simple misil en un nodo de servidores bien elegido lo haría desaparecer.

Locuciones de una voz inapetente

Publicado: 18 marzo, 2020 en Sin categoría

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Mi voz es un ser que vive no se sabe dónde. En mi laringe no, desde luego. Casi lo prefiero así, aunque me fastidia mucho. Me gusta cuando vibra en su libertad narrativa, lo hace bien, pero lo hace cuando le da la gana y no cuando lo necesito. Mi voz, cuando no habla por mí, se parece a mis dedos cuando teclean historias. Pero mis dedos no me fallan. Son un puente siempre disponible entre la creación y la realidad. Mi voz va a su aire, da su mejor do de pecho cuando menos la necesito, cuando ya me he olvidado de ella. En el fondo yo soy igual. en la improvisación inútil me crezco. El problema es que mi voz debe funcionar bien en determinados y precisos momentos, que en general coinciden cuando más esquiva está, huida del compromiso y la responsabilidad, algo en lo que también ha salido a mí. Soy periodista y mi voz me materializa ante el público, media por mí como el cristal de un escaparate, cuyas imperfecciones pueden arruinar la mejor puesta en escena. Cuando no trabajo, ella saca a pasear todos sus armónicos y me los refriega, inalcanzables a mi voluntad pero plenos en mi garganta. Yo la escucho como un niño al que han prohibido sacar los juguetes del desván. Cuando más la necesito se convierte en un hilo, un hilito, en cuyo final un abuelito no logra cerrar las frases sin parecer que agoniza. Odio a mi voz tanto como la amo, pero el amor de ella solo brota como los buenos bares, cuando menos falta hacen y de repente. En cierto modo es una forma de amor puro, unilateral, que existe por si mismo, sin el contrapeso de una compensación. Es como encontrar un tesoro inservible y maravilloso de monedas de oro que no puedes gastar porque estás en una isla desierta, y cuando te rescatan y regresas a la civilización descubres que las monedas son de chocolate y se derriten en tu mano justo cuando vas a pagar. Alguien dijo una vez que la inutilidad es el principio esencial que define al arte. Mi voz es una artista que por algún motivo vive sin vivir en mí. Maldita sea….


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Me gusta caminar. Puedo hacerlo acompañado, pero me gusta mucho emprender una ruta solo. Empezar a caminar, sin más, sabiendo que tengo por delante kilómetros y kilómetros, y ninguna hora de vuelta.

Cuando camino desaparece la obligación. Bueno, en realidad no desaparece, pero mis pasos entierran los compromisos, entierran la agenda, pisada a pisada, y me alejan en el tiempo y en el espacio. Me hacen invisible a los que me reclaman.

En el caminar me refugio de cosas que quizás ni sean amenazas, pero que no me apetecen. Cosas que provocan una presión cansina, aunque sean cosas inofensivas, el hastío, pequeñas disciplinas de la cortesía y del inevitable orden social. 

Pero caminar es sobre todo, alimento. Me alimenta de aire libre, me alimenta de una incesante sensación de descubrimiento, cada segundo del camino me mantiene vivo. El aire libre no tiene por qué ser el aire más limpio, ni el más fresco. El aire libre es el que se respira por propia decisión aunque esté viciado de humos.

Los kilómetros entierran transitoriamente al animal doméstico. Aunque el nómada residual que resiste en el ADN humano se despereza, pretender que el hábito de largas caminatas lo va a resucitar es absurdo. He crecido domado por lo sedentario y sus servidumbres cómodas, donde las equivocaciones y torpezas hacen poco daño. 

A pesar de todo, la risa del nómada me parece más pura. Quizás no sea más que un espejismo, o imaginaciones mías. Ciertamente, la vida no es solo reír, aunque la alegría sea cristalina, pero las neuronas lo agradecen. La risa verdadera desengrasa mucho.

Caminar también me ayuda a pensar. Despeja un espacio escénico en mi mente donde visualizo los proyectos futuros y recreo soluciones a los problemas del momento. Lo hago con fruición y disfrute, pues no hay apremio de horas que cumplir, y vivo los éxitos hipotéticos como aventuras épicas. Es una ensoñación que convive muy bien con la aventura real de avanzar en el camino, y la adereza junto a las sensaciones del esfuerzo físico.

Se puede caminar de día o de noche, bajo la lluvia, a pleno sol o al resguardo de árboles y edificios. Sobre asfalto y sobre tierra. Son experiencias diferentes unidas por la complicidad de haber derrotado al reloj. El tic-tac no existe en el camino y el paso del tiempo lo marcan las huellas en el sendero. Las horas ya no corren en una esfera, sino en la tierra, en el mapa. Dejan de ser una convención y se materializan en distancia real. El ser objetivo y el ser subjetivo se confunden en el ser y en el estar bien.

Realidades 2

Publicado: 22 febrero, 2019 en Sin categoría

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Duele es una palabra rizada. Se arrastra en las erres, porque nace del tormento. Su surco marca de rojo la piel y las mejillas. Su nervio repta sobre raíces retorcidas que arrasan el rosa amable del no dolor. Duele parece una palabra plana, porque apalea y alisa. Duele frena la vida y también la libera, porque no hay mejor manera de reconocerse. Duele es el tiempo en su plenitud, porque cada minuto cuenta en sus sílabas. Duele me rescata para el infierno, que es cualquier cosa menos el final. Duele, y la alternativa es morir. Morir es siempre la única alternativa, pero cuando duele, vivir se vuelve más visible. Como las madres, tan ignoradas cuando están y tan añoradas cuando faltan. Duele, luego existo. 

Realidades 1

Publicado: 29 enero, 2019 en Sin categoría

juanma

Vivo como un cachorro entre dos franjas de edad que están por debajo de los años que tengo. Después de medio siglo de vida, reconozco que lo único que me anima es disfrutar por nada, espontáneamente; sumirme en una alegría inmotivada, impune, desprendida de argumentos, calendarios y cuentas a terceros.

Supongo, y esto es una conclusión obvia, que debe ser un milagroso vestigio del único tiempo en que uno vive ausente de todo lastre, salvo el de mantenerse vivo, claro. Un tiempo en el que solo la condición ya es suficiente para hacer protagonismo y convertir todas las atenciones en beneficio propio. Ese tiempo que justo precede a la conciencia  del ser y estar, cuando la risa es tan limpia que desarma al depredador más despiadado. Poderosa arma de los bebés, la capacidad de generar el impulso de amparo en su entorno.

Y a lo que iba. Pasan los años. Constato mi incapacidad para incrementar mis ingresos, para escalar en el organigrama, para escalar en general. Pero disfruto. Y a medida que me adentro en las épocas, cada vez me importa menos casi todo y cada vez me importan más intensamente lo cotidiano y lo inédito.

Mi físico se ha descifrado en sensaciones nítidas. Repaso mis articulaciones, noto la presión del suelo en cada centímetro cuadrado de mis pies, y mi conciencia no puede reprimir las ganas de jugar con este juguete que es mi cuerpo. Pero esto es solo una parte.

Lo que realmente me alimenta es la comprensión. Fuente de desvelos en la adolescencia y primera juventud, la comprensión de la realidad ha resultado ser la mano delicada que ha detenido las manecillas del reloj. Intuir el milagro físico y químico de la vida aporta infinita satisfacción en el acto sencillo de no aplastar una hormiga. Sumirse en cavilaciones matemáticas es surcar ingrávido el universo que desees. Especular y advertir el itinerario de las sutilezas entre tormentas de sucesos, es como descubrir un trazo secreto que la pastelería de la existencia regala.

Y entonces nada importa. Brota una sonrisa que no es sino eso, una sonrisa. Y adultos y jóvenes siguen viviendo alrededor. Y juego sin piedad porque el cuerpo me lo pide, -y porque tengo techo y salario, todo hay que decirlo-. Juego como jugaba antes de descubrir la timidez y como jugaba tras acostumbrarme a ella, muy poco después.

De vez en cuando encuentro a alguien que disfruta de un modo parecido. Tengo dos o tres amistades así. Entonces el milagro se redobla, porque le replicación en el otro es la constatación de la verdad. Y me invade una sensación, ciertamente, muy recomendable.

JM CUÉLLAR

Lobos con piel de hormiga

Publicado: 26 septiembre, 2018 en humanos, verdades
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termita

Nunca me he fijado demasiado en la verdadera naturaleza de los seres que me rodean. Dos, cuatro, seis patas, todos hacen el mismo ruido. La mayoría sobreviven y muchos sobreexisten. Esto último es una modalidad de estar que implica depredar porciones de existencias ajenas. A simple vista, supervivientes y depredadores vitales pueden llegar a confundirse. Es fácil no advertir las diferencias.

Las termitas son un ejemplo bastante ilustrativo. Su estrecha cintura les da elegancia y esto desvía la atención de datos más reveladores. La termita se contonea como la civilizada hormiga. Parece una hormiga, y esto es lo que te pide el corazón. Las seis patas que equipan a ambas las meten en el mismo saco y uno las etiqueta como el mismo bicho si no te fijas detenidamente. Pero la termita, además de curvilínea y hexápoda, posee unas poderosas mandíbulas que sirven a un apetito no menos poderoso.

Y ahí que van, como lobos con piel de hormiga, calladas y sonrientes, comiéndose las existencias que se les ponen a tiro. Se comen las mesas, las sillas, las puertas, los muros; los mimbres que convierten el agujero en hogar. Los andamios del amparo ajeno son su alimento. Ellas ven ahí materia prima. Mastican y añaden saliva. Una digestión informe con la que fabrican luego sus propios tapiales.

Las termitas detectan las vidas incautas y dejan pellejos desvertebrados. Uno tras de otro, alfombras de rostros con ojos vacíos, como pintados con nada, que pavimentan un camino de saliva y realidad masticada. Es un sendero perfectamente artificial, aunque parezca lo contrario, que lleva a edificios fantasmagóricos, reflejo de otros originales. Son torres que gozan del favor de los dioses, algo que se revela porque están en pie. Las primigenias, alegres y frágiles, apetitosas, ya no existen.


Hay que ser muy infame para engañar a miles de familias embaucándolas con un producto de primera necesidad como es la hipoteca que te permite adquirir una vivienda. Y más infame aún para envenenar el tejido económico de la sociedad con el beneficio podrido de esa estafa camuflándolo –escondiéndolo- bajo la forma de sofisticada inversión financiera. Esto es lo que hicieron impunemente un puñado de banqueros e inversores ante la vista gorda de políticos y responsables sociales. Ahora nos ahogamos en la crisis que vino luego. Era inevitable. Compramos un mundo de mentira con dinero ficticio que funcionó hasta que los tiburones dejaron de nadar en oro y empezaron a chapotear en nuestra sangre. Esto ocurrió. Unos pocos asesinaron económicamente a miles de familias ante la mirada impasible de los políticos y gobernantes. Los derechos humanos en occidente son insignificantes cuando lo que está en juego es la cuenta de resultados y la ingeniería financiera tergiversa la libertad. Aún ahora, en plena agonía, el dinero público sigue llenando los bolsillos de los verdugos.
Sin embargo, yo me puedo permitir el lujo de escribir esto, y mi expectativa es que alguien rebata con razones lo que digo o que se muestre de acuerdo, con lo cual siempre saldré ganando en el camino hacia el conocimiento. Alguien podría opinar que no se trata más que de un juego vacío de palabras, pura demagogia. Podría alegar que mis palabras malversan la verdad, que es otra forma de riqueza, tal y como los banqueros malversaron la economía depreciando la confianza, que es la forma invisible que adopta el dinero a lo grande. Pues sí, podría. Y no pasaría nada.
De vez en cuando se deja oir un runrun en los canales de comunicación oficiales chinos. Se critican las democracias como sistemas de desgobierno y germen de la crisis actual. La idea es “ya lo decíamos nosotros, ¿véis lo que pasa cuando el poder lo usa quien no debe?”. Sin embargo, los destinatarios del mensaje no son esos sistemas criticados. China consume cultura occidental, estilo occidental, hace negocios con esos países en los que las atractivas ideas nacen en cerebros y corazones de gente libre. Es su banquero.
Yo diría que tal mensaje va dirigido a la única fuerza capaz de desestabilizar a la cúpula dirigente del Imperio del Centro, la fuerza imparable que hace grande a esta nación. Se trata del propio pueblo chino, una masa de mil trescientos millones de personas con una capaciad de trabajo arrolladora, con una adaptabilidad que en Europa perdimos hace dos generaciones, con una vitalidad a prueba de bomba. Supongamos que sólo un uno por mil de la población tuviera suficiente empuje como para convertirse en líderes, e imponer sus ideas convenciendo al resto. Siguen siendo un millón trescientos mil tipos con ideas propias agitando las aguas. El control del flujo ideológico en China es la cadena de terciopelo y acero que mantiene el poder en las manos del Partido Comunista Chino. Y los dirigentes saben que la clave está en la tolerancia cero a cualquier iniciativa que insinúe una alternativa ideológica viable. Para curarse en salud, intolerancia a cualquier iniciativa.
Esta estrategia ha preservado una estabilidad a cuya sombra los prácticos chinos han hecho buenos negocios y muchos de ellos se han enriquecido, mayormente los cuadros del Partido. El dinero es el dinero y puede fluir mientras no toque el liderazgo ideológico. Pero hay otros ámbitos en los que la materia prima no es el papel moneda, sino la expresión personal, el arte y la comunicación, algo que alimenta la satisfacción, la dignidad, y confiere tanto o más lustre que un traje de Armani al humano que lo practica con sinceridad. Quien lo utiliza con acierto extiende su manto de seducción y derriba los muros establecidos. Por eso, los dueños de esos muros aplastan minuciosamente a aquellos quienes expresan lo que “no deben”. Ya sea un artista, ya sea un escritor, ya sea un insignificante internauta cuyo comentario se multiplica por millones en un minuto, ya sea un periodista.
Ninguna cuenta bancaria abultada podrá igualar a las frentes altas de los que se expresan en libertad. Pero no corren buenos tiempos para esa lírica. En Occidente –y en España mucho más- la precariedad laboral amordaza tanto como el dedo inmisericorde con el que China señala periódicamente a algún periodista, a algún comunicador –a algún artista- cuando se sale del guión que retrata la felicidad de este mundo en el que puedes tener el dinero que quieras, siempre que no pienses demasiado, o no le cuentes a nadie lo que piensas. Decía aquella jaculatoria: “El señor es mi pastor, nada me puede pasar…”; creer y callar. Eran otros tiempos y al que decía inconveniencias también lo pasaban por la parrilla. Ahora y aquí, es algo parecido. Creer y callar… Y si no, de vuelta a Estados Unidos con una beca, ya sea de profesora o de estudiante. Por cierto, esto de las becas universitarias se está convirtiendo últimamente en un filón para los que disienten en China… Debe ser la alternativa al gulag que investiga el “soft power”.

Publicado: 8 May, 2012 en China, Opiniones, verdades
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