El color del dinero

Publicado: 8 octubre, 2011 en verdades


El vecino que cada mañana saluda calurosamente cuando nos cruzamos en la piscina, aunque mi dominio del chino sea más que precario. Los miles de jóvenes que se dejan las pestañas estudiando con tesón y disciplina. La gente normal que llena los días trabajando y atendiendo a sus familias, los mismos que se reunen con amigos de fin de semana para bailar desenfadadamente cualquier música en cualquier parque. Aquellos que desinteresadamente se esfuerzan en hacer bien su trabajo y en mantener una sonrisa constante, a pesar de la precariedad salarial y de las jornadas interminables. Los abuelos que practican sus ejercicios en la calle, llenando el aire de serenidad y paz. Los que se paran a charlar espontáneamente, sin más motivo que disfrutar de la conversación y la risa sana. Son muchos, muchísimos, un buen montón de millones dentro de los mil trescientos millones de almas que habitan China. Ellos son la sustancia del país, discretamente, a pesar de sus políticos, los buenos y los malos, y a pesar de todos los que protagonizan con sus desmanes las portadas de los periódicos, que suelen ser los más canallas y los más villanos, infames depredadores que venderían a su madre por un billete de cien yuanes.
China es el país de los titulares fáciles, y la mayoría de ellos con algún motivo. Es demasiado grande, demasiado potente para encajar en el papel de vetusto residuo de los fallidos regímenes comunistas. Depuran con pena de muerte, y aunque vindican la pureza de intenciones de una clase política extremadamente profesional, hasta el rincón más pequeño tiene su corrupto local que desangra sin piedad a su propio pueblo.
Zhang Bingjian ha decidido reunir en una exposición de retratos al óleo el mayor número posible de rostros de esos corruptos. En la tele y en los periódicos aparecen como chinos, pero no son China en absoluto. Todos han sido condenados por la justicia, públicamente deshonrados. Los pintores que ayudan a Zhang utilizan el color rosa fuerte de los billetes de cien yuanes, el color con el que sueñan íntimamente esos malos de película. El resultado es un magma tentacular con el tono de la carne cruda, como el cáncer que extiende sus garras pudriendo la vida a su paso. Ellos no son China, pero son la imagen fácil de este país.
En el Imperio del Centro los símbolos son lo más parecido a la realidad después de la realidad misma. Si no se puede lograr que las cosas sean en si, bastará con que se parezcan lo suficiente a lo que pretenden ser. Vivir de la ilusión y quedar satisfechos no es peor que vivir insatisfechos sin lograr lo que se desea. Los chinos no son huecos, son prácticos.
Los corruptos sueñan con ser la efigie de Mao, que es la cara que aparece en los billetes rosas de cien. Anhelan convertirse en el símbolo adorado y definitivo, el dinero en estado puro. Pero Zhang les ha conjurado el hechizo dando la vuelta al talismán, y ahora ese color grita a los cuatro vientos la maldad que escondían como ladrones de sangre, convirtiendo en una pesadilla el sueño de su retrato en rosa.
En Guandong, granjeros y propietarios corrientes se manifiestan para protestar. Dicen que funcionarios interesados les confiscan las tierras o les obligan a malvenderlas para beneficiarse de la expansión de las ciudades. ¿Cuál de las dos Chinas ganará, la de rosa corrupto o la de carne y hueso? ¿Qué hará el Estado? ¿Sabremos la verdad o se aplastarán las protestas sin más?. China es un gran país y debe demostrarlo.
Zhang Bingjian ha viajado a Estados Unidos invitado para explicar otra de sus obras: un documental que cuenta la historia de dos actores que disfrutan disfrazándose de Mao: un ama de casa y un pastor. Pero esto, como decía el camarero de “Irma la dulce”, es otra historia.

comentarios
  1. sandra dice:

    En todas partes se cuecen habas. China es un coloso que avanza sin freno, que mete miedo. China está arrasando. Esa es la circunstancia: el ESTAR. Pero China también ES: es significa esencia. Es como cualquier otro lugar, un país en el que la gente se levanta para trabajar, ama y ríe, discute con sus vecinos por el ruido de la radio y se divierte a su manera, en consonancia con lo que su pasado ha dejado de poso en su presente. No olvidemos que de allí nos trajeron el papel, la pasta, los fuegos de artificio…
    Hay mucho interés creado en torno a este gigante imparable que no muy tarde va a regir nuestros destinos, yo estoy convencida de ello. Convienen titulares llamativos, a poder ser con morbo, para que vayamos pillando la indirecta. No voy yo a ser quien me meta en profundidades de orden moral, porque no tengo suficientes datos para opinar. A primera vista pena de muerte, política de hijo único, libertades amordazadas, mafias que venden a sus mujeres… todo muy sórdido y muy terrorífico. Pero queda por descubrir esa otra China que describes, de gente amable, normal, trabajadora y estudiante a la que no obsesiona hasta el infinito y más allá el color rosa del billete del yuan.

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